El cardenal Lazzaro You: ser cristianos es ser libres

Entrevista de L'Osservatore Romano al cardenal Lazzaro You Heung-sik, prefecto del Dicasterio para el Clero: un sacerdote debe recordar siempre que lo es en cuanto existe el sacerdocio universal y no viceversa.

18 abril 2023

por Roberto Cetera y Francesco Cosentino

El bullicio que llega de la Plaza de San Pedro, calentada por los primeros calores primaverales, no molesta. Al contrario, parece dar la imagen de una Iglesia que se proyecta hacia el mundo, y recibe del mundo. El cardenal Lazzaro You Heung-sik, prefecto del Dicasterio para el Clero, expresa ya en su postura esta misma proyección. Sentado en el borde del sofá e inclinado hacia nosotros, habla como un río desbordado con esa pasión que solo una auténtica alegría cristiana puede dar.

Eminencia...

No, no, qué eminencia... Yo soy Lázaro, el pobre don Lázaro, pobre porque yo también, como Lázaro, el amigo de Jesús, soy un resucitado, un agraciado.

¿En qué sentido don Lázaro?

Verá, yo recibí el bautismo, la nueva vida, a los 16 años. Mi familia no era creyente, y del cristianismo no sabía prácticamente nada. Pero fui inscrito en una escuela católica, simplemente porque las escuelas católicas eran de las mejores. Sé que su director era un profesor de religión en la secundaria, bueno, díganle que la hora de religión fue decisiva para mi vida. ¡Cuántas cosas importantes puede hacer un maestro de religión: puede incluso crear un cardenal! Pero también hay otra categoría de personas a las que debo mucho: son las monjas. Yo nunca había conocido a una monja antes de eso, luego fueron ellas quienes me introdujeron al cristianismo pero sobre todo a cuidarme como persona, como joven aún un poco confundido y en busca de un camino de vida. Y lo hicieron con mucha discreción y mucho amor. Fueron ellas quienes me indicaron el camino del seminario, poco después de haber recibido el bautismo en 1966. Ellas vieron mi vocación antes de que yo la descubriera. Todavía hoy siento mucha gratitud y afecto cada vez que encuentro a una monja. Yo quiero mucho a las monjas.

Luego se convirtió en sacerdote...

Sí. La experiencia del seminario fue emocionante, desde el punto de vista humano antes que doctrinal. Mis horizontes se ampliaron, y con ellos también muchos nuevos amigos. Creo que fue por la belleza de esa experiencia que luego me encontré muy feliz de ser rector del seminario, y ahora de ocuparme de la formación de los sacerdotes de todo el mundo. Pero, ¿están seguros de que la vida del pobre Lázaro le interesa a alguien?

Claro que sí, porque la historia de una persona dice más que sus palabras...

Se los cuento esencialmente por un motivo. Es decir, mi historia es un poco paradigmática de la difusión del catolicismo en Corea. Como subrayó el Papa Francisco cuando vino a Corea en agosto de 2014, la fe cristiana no se ha afirmado a través de los misioneros provenientes del extranjero sino que tiene una raíz autóctona, es el fruto de las mentes y los corazones del mismo pueblo coreano, sediento de curiosidad intelectual y de búsqueda de la verdad. Así es mi historia. La historia de Andrés Kim Taegon me inspiró de joven, y hasta hoy constituye un ejemplo de auténtica vida cristiana. Él dio su vida por el Evangelio y por la Iglesia y siempre lo he visto como un ejemplo, una vida lograda. Por eso, a todos los pontífices que he tenido la oportunidad de conocer, les he repetido, haciendo mías sus palabras: «Estoy listo para dar la vida por la Iglesia».

Don Lázaro, ¿cómo terminó aquí?

Eso deberían preguntárselo al Papa. Lo conocí durante la Jornada de la Juventud Asiática, a la que acompañaba a trescientos jóvenes coreanos. No sé qué pudo haberle impactado del “pobre Lázaro”.

Tratemos de imaginarlo nosotros entonces. El cardenal “don” Lázaro combina de manera inusual y sorprendente una fuerte carga de empatía, sustentada por una amabilidad típicamente oriental, con una marcada actitud decisional...

La cultura de mi país está impregnada de un fuerte espíritu jerárquico. Es algo que heredamos del confucianismo, pero que también vive en la cultura católica. Digamos que en nuestras tierras el voto de obediencia no es tan pesado... Pero volviendo a la pregunta de por qué me encuentro aquí, solo puedo responder que toda mi vida ha sido orientada por las sliding doors que la gracia de manera misteriosa e inescrutable me ha dado. La escuela católica, luego el bautismo, luego las monjas de las que les hablé, luego el regreso al seminario como rector, luego el episcopado, y finalmente aquí, frente a esta ventana que da a esta increíble plaza de la columnata. Me gustaría añadir otro momento “casual” que, especialmente para la economía de nuestra conversación, es muy importante: el encuentro con la Palabra. Un día conocí a un sacerdote del movimiento de los Focolares que me introdujo a la Palabra de Dios de una manera diferente a la que estaba acostumbrado. Hasta entonces yo veía el Evangelio en su belleza, en su moral, pero de lejos, no encarnado en la concreción de mi día a día. Me contó cómo el Evangelio le había enseñado a acoger sin prejuicio incluso a quien estaba obstinadamente en su contra. Comprendí que la Palabra no debe leerse sino vivirse. Esto para mí fue un verdadero encuentro con Jesús. Y cambió radicalmente mi vida. Porque vivir como cristiano no es otra cosa que vivir el Evangelio. Hoy tengo en este sentido un gran ejemplo: el Papa Francisco. Cuando nos dice que volvamos al Evangelio, nos dice esto. El fin de la cristiandad nos obliga a repensar radicalmente nuestra presencia en el mundo, y la respuesta del Papa Francisco es simplemente esta: vivir el Evangelio. Como lo hace él. “La Iglesia en salida”, “el hospital de campaña”, “las periferias del mundo”, “misericordiosos porque hemos recibido misericordia”: todas las palabras propias del Papa Francisco no son otra cosa que la declinación de este “regreso al Evangelio”. A quienes se interrogan sobre Francisco les digo: “¿Quieren entender al Papa? ¡Lean el Evangelio!”. Cuando predica, el Papa Francisco siempre muestra que, si en las pequeñas cosas de la vida cotidiana ponemos el amor que Jesús nos enseña, estas cosas se vuelven grandes porque el amor genera amor, rompe nuestras soledades, produce buenas relaciones y transforma nuestra vida haciéndola una vida buena.

Don Lázaro, hoy usted está a cargo del Dicasterio que orienta a casi medio millón de sacerdotes en el mundo. ¿Quién es el sacerdote hoy?

Es difícil describirlo, porque el proceso de inculturación del catolicismo en los cinco continentes es profundo, y esto determina perfiles a menudo muy diferentes de un país a otro. En el fondo permanece la sacramentalidad del ministerio que evoca la idea del sacerdocio que tenía Jesús, pero existen sensibilidades e interpretaciones del rol muy variadas. Cuando hablo de sacramentalidad no me refiero a un estado de exclusividad sino más bien a la encarnación de la ley del Amor en la vida de quien es llamado a Cristo. El paradigma del buen sacerdote - dondequiera que esté en el mundo para vivir y operar - es la ley del Amor, que supera cualquier otra norma moral o canónica. El sacerdote está llamado a orientar hacia el amor, y solo puede hacerlo eficazmente si él mismo vive en el amor. El amor no es la búsqueda de una perfección inhibida por el límite humano, sino la acogida misericordiosa de ese límite. Vivir el Evangelio no es codificar una legislación moral sino hacer felices a los demás poniéndolos en contacto con el amor infinito y misericordioso de Dios.

¿Y esto realmente sucede con el sacerdote de hoy?

Bueno, como les decía, hay situaciones muy diferentes; entienden bien que ejercer el ministerio presbiteral en Occidente secularizado, si no descristianizado, no es lo mismo que ser sacerdote en África o en Asia. Si, como decía antes, el paradigma común a todos es la declinación de la ley del Amor, hay algunas prácticas que deberían - y a menudo son - comunes en todo el mundo. Pienso en primer lugar en la centralidad de la Palabra. No solo porque la Palabra abre el corazón, sino porque si la Palabra no está en el centro prevalece la cultura, se queda absorbido por las culturas de referencia. Y luego la oración. El sacerdote que no reza constantemente termina por secarse. Se convierten en empleados de lo religioso. No se desarrolla el espíritu ajeno sin alimentar el propio. Lo digo no con la perentoriedad de un superior sino a partir de mi experiencia personal. No podría hacer lo que hago, y ser lo que soy, si no empezara cada día con una caminata de oración en los jardines vaticanos hasta la Virgen de Lourdes. Y luego, finalmente, la vida comunitaria. Un sacerdote que vive en soledad, o anhela la soledad, no está bien formado. Sé bien que la vida comunitaria es a menudo difícil, llena de obstáculos e incomprensiones mutuas. Pero son precisamente esas dificultades las que forjan el carácter de un buen sacerdote, en el sentido de la capacidad de acoger, de ser paciente, de ser humilde, de ser abierto y comprensivo de las muchas otras realidades que ofrece el mundo. La vida comunitaria debe estar luego abierta al mundo. El presbítero debe tener buenas e intensas relaciones con los laicos, con las familias. Para no perder la dimensión de lo real. Este es el verdadero antídoto a ese peligro siempre inminente que es la auto-referencialidad.

Don Lázaro, ¿no cree que también hay un problema teológico, queremos decir la superación de una idea aún hoy difundida de la supuesta superioridad ontológica del sacerdote?

Mire, yo soy un hombre, un sacerdote, simple: no me adentro en cuestiones teológicas que a menudo me parecen disquisiciones no inmediatamente conectadas con la vida en Cristo. Es sin duda cierto que ustedes y yo a los ojos de Dios somos iguales, que el sacramento que da el carácter es el bautismo en Cristo. Pero también pienso que en una religión como la nuestra, que se basa en la “mediación” del Dios Hombre, la figura del sacerdote es análogamente la de un ministro que media entre el cielo y la tierra. De quien cuyo trabajo es abrir las puertas. Es lo que nos dice Jesús: por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos sean consagrados por los demás. Por otro lado, el ministerio del sacerdote se sustancia en una Iglesia laical fuerte: el sacerdote debe recordar siempre que el sacerdocio ministerial existe en cuanto existe el sacerdocio universal; y no al revés.

La valorización del sacerdocio bautismal y de la ministerialidad de la Iglesia también implica una revalorización del papel de las mujeres...

Realmente me sorprende que esto todavía se considere una excepción. Quien ha renacido del Espíritu Santo y, inmerso en la vida de Cristo, se ha convertido en su discípulo, debería vivir esa comunión que deriva de haberse convertido en una nueva criatura: no hay ni judío ni griego, ni libre ni esclavo, dice san Pablo. Por lo tanto, ni hombre ni mujer. A veces todavía damos la impresión de ser un universo machista y, por esta razón, la sociedad a menudo nos juzga mal. Gracias a Dios, sin embargo, también gracias a los caminos teológicos y pastorales sobre este tema y sobre todo gracias a los impulsos y elecciones del Papa Francisco, estamos en camino. Debemos encontrar caminos buenos y válidos para superar algunos aspectos canónicos con respecto a los roles de gobierno y de responsabilidad y, sobre todo, vencer nuestras resistencias pastorales cuando se trata de la participación normal de las mujeres en la vida de la Iglesia. Personalmente, como también he contado en un libro, pienso que el camino se hace con gestos concretos: nombrar a mujeres para cargos de gobierno, nombrar lectoras y acólitas. Yo había incluido a una mujer en el equipo del seminario y aliento decisiones de este tipo.

¿Qué aporta de su experiencia en Corea a este nuevo cargo?

Hay un punto que me importa mucho. La difusión del catolicismo en Corea se ha visto favorecida por las demandas de libertad que implicaba en una sociedad y una cultura encuadradas en una rígida estratificación social. Una sociedad, como decíamos antes, muy jerárquica y marcada por un clasismo excluyente. El sentido de fraternidad independientemente, propio del cristianismo, tuvo en ese contexto un efecto liberador, bien recibido por gran parte de la población. Esto también explica por qué la Iglesia coreana tiene un buen seguimiento entre los jóvenes: a los jóvenes les encanta la libertad. Aquí en Occidente, en cambio, la Iglesia es percibida como una institución normativa que discierne en la moral el bien del mal, es decir, esencialmente una estructura conservadora. Creo que la nueva pastoral a la que nos invita el Papa Francisco debería recuperar este anhelo de libertad, presentar gozosamente el Evangelio como verdadera fuente de verdadera libertad. La buena noticia no es una lista de permisos y prohibiciones, sino Jesús resucitado: la tumba vacía que anuncia que ya no morimos. ¿Hay una mayor felicidad? Volver al Evangelio significa entonces anunciar nada más que a Jesús resucitado, primicia también de nuestra resurrección.

(Del sitio Vatican News)