Palabras del Santo Cura de Ars

Con sus palabras, Juan María Vianney supo tocar los corazones y guiarlos hacia Dios

Misericordia y sacramento del perdón

Si entendiéramos bien lo que significa ser un hijo de Dios, no podríamos hacer el mal (…) ¡Ser hijo de Dios, oh, qué hermosa dignidad!
La misericordia de Dios es como un torrente desbordado. Arrastra los corazones a su paso.
No es el pecador quien regresa a Dios para pedirle perdón; es Dios quien corre detrás del pecador y lo hace volver a Él.
Demos pues esta alegría a este buen Padre: volvamos a Él… y seremos felices.
Dios siempre está dispuesto a recibirnos. ¡Su paciencia nos espera!
Hay quienes tienen un corazón endurecido hacia el Padre Eterno. ¡Oh, cómo se equivocan! El Padre Eterno, para desarmar su justicia, le ha dado a su Hijo un corazón inmensamente bondadoso: no se puede dar lo que no se tiene…
Algunos dicen: "He hecho demasiado mal, el Buen Dios no puede perdonarme". Es una gran blasfemia. Equivale a poner un límite a la misericordia de Dios, que no lo tiene: ¡es infinita!
Nuestros errores son granos de arena en comparación con la gran montaña de la misericordia de Dios.
Cuando el sacerdote da la absolución, debemos pensar en una sola cosa: que la sangre del Buen Dios se derrama sobre nuestra alma para lavarla, purificarla y embellecerla como en el bautismo.
Dios, en el momento de la absolución, lanza nuestros pecados detrás de su espalda, es decir, los olvida, los borra: nunca más volverán a aparecer.
No se hablará más de los pecados perdonados. Han sido borrados, ya no existen.

La Eucaristía y la comunión

Todas las buenas obras juntas no equivalen al sacrificio de la Misa, porque son obras humanas, mientras que la Santa Misa es obra de Dios.
No hay nada tan grande como la Eucaristía.
¡Oh, hijos míos! ¿Qué hace Nuestro Señor en el Sacramento de su amor? Ha tomado su corazón bondadoso para amarnos y extrae de este corazón una transpiración de ternura y misericordia para ahogar los pecados del mundo.
¡Ahí está, aquel que tanto nos ama! ¿Por qué no amarlo?
El alimento del alma es el cuerpo y la sangre de un Dios. ¡Si se reflexiona, uno podría perderse por la eternidad en este abismo de amor!
Venid a la comunión, venid a Jesús, venid a vivir de Él, para vivir para Él.
El Buen Dios, al querer darse a nosotros en el sacramento de su amor, ha puesto en nosotros un deseo profundo que sólo Él puede saciar.
La comunión produce en el alma como un soplo sobre un fuego que empieza a apagarse, pero donde aún hay muchas brasas.
Después de comulgar, si alguien nos preguntara: "¿Qué te llevas?", podríamos responder: "Me llevo el cielo".
No digáis que no sois dignos. Es verdad: no sois dignos, ¡pero lo necesitáis!

La oración

La oración no es más que unión con Dios.
La oración es una dulce amistad, una familiaridad asombrosa (…) es un dulce diálogo de un hijo con su Padre.
Cuanto más se ora, más se quiere orar.
Tienes un corazón pequeño, pero la oración lo ensancha y lo hace capaz de amar a Dios.
No son las largas ni hermosas oraciones lo que mira Dios, sino aquellas que salen del fondo del corazón, con gran respeto y verdadero deseo de agradarle.
¡Cuánto agrada a Dios un pequeño cuarto de hora que le robamos a nuestras ocupaciones y a cosas inútiles para orar!
La oración privada es como la paja esparcida en un campo. Si se enciende, la llama apenas arde; pero si se agrupa, la llama crece y se eleva hacia el cielo: así es la oración pública.
El hombre es un mendigo que necesita pedirlo todo a Dios.
El hombre tiene una hermosa función: la de orar y amar... Esta es la felicidad del hombre en la tierra.
Vamos, alma mía, a conversar con el Buen Dios, a trabajar con Él, a caminar con Él, a luchar y sufrir con Él. Trabajarás, y Él bendecirá tu labor; caminarás, y Él bendecirá tus pasos; sufrirás, y Él bendecirá tus lágrimas. ¡Qué grande, qué noble, qué consolador es hacer todo en compañía y bajo la mirada del Buen Dios, y saber que Él lo ve todo y cuenta todo!

El sacerdote

El orden: es un sacramento que parece no concerniros a ninguno de vosotros, pero que en realidad concierne a todos.
El sacerdote es quien continúa la obra de la Redención en la tierra.
Cuando veáis al sacerdote, pensad en Nuestro Señor Jesucristo.
El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, lo es para vosotros.
Id a confesaros con la Virgen o con un ángel, ¿os absolverán? ¿Os darán el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor? No, ni la Virgen puede hacer descender a su divino Hijo en la hostia. Aunque tuvieseis doscientos ángeles ahí, no podrían absolveros. Un sacerdote, aunque sea sencillo, puede hacerlo. Puede deciros: "Id en paz, os perdono".
¡Oh, el sacerdote es verdaderamente algo grande!
Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el mayor tesoro que Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina.
El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús.
Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote: ¡se adorarán a las bestias!

La Virgen María

La Virgen Santa es esa hermosa criatura que nunca desagrada al Buen Dios.
El Padre ama contemplar el corazón de la Santísima Virgen María como la obra maestra de sus manos.
Jesucristo, después de habernos dado todo lo que podía darnos, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía: su Santa Madre.
La Virgen Santa nos ha engendrado dos veces, en la encarnación y al pie de la Cruz: es dos veces nuestra Madre.
No se entra en una casa sin hablar con el portero. ¡Pues bien, la Virgen Santa es la portera del Cielo!
El Ave María es una oración que nunca cansa.
Todo lo que el Hijo pide al Padre le es concedido. Y todo lo que la Madre pide al Hijo le es otorgado.
La forma más segura de conocer la voluntad de Dios es rezar a nuestra buena Madre.
Cuando nuestras manos han tocado aromas, todo lo que tocan se perfuma. Pasemos nuestras oraciones por las manos de la Virgen Santa, ella las perfumará.