Voces desde el aula

22 febrero 2025
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Buenos días Hermanos/Hermanas. Mi nombre es Gustavo Raúl Ares tengo 61 años, estoy casado hace 33 años y tengo 2 hijas. Soy Diácono de Argentina/ Buenos Aires/de la  Diócesis de Morón, desde ......  años.

Trabajo hace 42 años en la Ciudad de Buenos Aires desempeñando labores diversas relacionadas con la temática de los Espacios Verdes y el mantenimiento de la Flora, con especial cercanía con los obreros que realizan tareas de jardinería, podas,  vigilancia y también administrativas. El contexto humano que conocí y acompaño es en su gran mayoría de operarios que no residen en la propia ciudad sino que provienen de localidades periféricas. Son compañeros que deben tener varios trabajos para mantener a sus familias (viajar, alimentarse y dar educación etc.). Esto genera desafíos en la pastoral de cercanía, compartiendo vida, pues de eso se trata, como lo dice la palabra compañero, del latín  “cumpanis”, cuyo significado es “el que come su pan con” o “los que comparten el pan”.

En Argentina particularmente existen aproximadamente 1200 diáconos permanentes, que experimentan situaciones relacionadas con el trabajo formal y mayormente informal, con grandes desigualdades tanto en sus condiciones económicas, como en la dignidad humana de su  promoción social.

Muchas veces este acompañamiento es en silencio, con ofrecimientos, renuncias, intercediendo interiormente con la oración que no defrauda, tratando de no juzgar, con una mirada que pueda reconocer la tierra sagrada del otro. Otras veces con la presencia que abraza en situaciones de alegrías y tristezas, siempre con la Palabra de Dios que habla con  gestos concretos en cada realidad.

Se trata de evangelizar por atracción y de comunicar con respeto la esperanza trascendente de un Dios justo que muchos no pueden ver. No acostumbro en esos ambientes de trabajo decir que soy diácono, trato sí de servir con mi pobreza y si ellos descubren el ministerio que tengo, me alegro y doy gloria a aquel que me llamó y amó primero.

 Reflexiono: ¿Que tengo  para darle al Señor en mi  ambiente laboral? ¿Cómo es mi motivación para servir, para que sirvo y por qué estoy sirviendo? ¿Necesito ser reconocido? ¿Soy consciente como diácono que: “Donde está el servidor, está la autoridad”?

Me permito ampliar mis preguntas pensando a todos nosotros, los diàconos que en el mundo vivimos la experiencia laboral desde adentro:

¿podrìa ser el diàcono un ministro que hace de puente entre la comunidad cristiana y las dinàmicas del mundo del trabajo?

¿còmo crecer en la conciencia de un liderazgo de auténtica caridad dentro las relaciones que encontramos en el mundo del trabajo?

¿nos sentimos llamados por Dios y enviados por la Iglesia, expresiòn de toda la comunidad cristiana, tambièn en el dìa a dìa de nuestro compromiso laboral, y no solamente en àmbitos pastorale tradicionales?

Posiblemente haga falta una reflexiòn teològica y pastoral que nos ayude, como diàconos, a valorizar nuestro ministerio dentro del mundo del trabajo, donde se encuentran muchas de las periferias existenciales que nuestra vocaciòn nos invita a habitar. Esto posiblemente nos ayudarìa a vivir mejor la inevitable tensiòn entre las exigencias de los diferentes àmbitos que conforman nuestra identidad diaconal.

Muchas gracias. Paz y Bien.

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I’m Deacon Erik Thouet, from Germany, Vicepresident of the International Deacons Centre.

Allow me a little sharing.

Alfred Delp was executed by the National Socialists in Berlin on 2 February 1945, at the age of 37, shortly before the end of the war. He was a priest and Jesuit. In the last weeks before his death, he wrote meditations and essays in his prison cell. For me, they are among the most impressive spiritual writings I have ever read.

Delp passionately calls for diakonia, for turning towards people, to the lost. He speaks of the necessary “return of the churches to diakonia”, into service. He writes: “No one will believe in the message of salvation and the Saviour until we have not toiled very hard in the service of people who are physically, mentally, socially, economically, morally or otherwise ill.” Service to people: for Delp, this is the greatest task of the church. And: the church must not hold monologues, it must enter into dialogue. “By this I mean spiritual encounter as a genuine dialogue,” Delp writes.

He also calls for ecumenism to be strengthened, which is about the churches “proclaiming the Gospel in our countries in a great togetherness, with all the differences, but in great communion”.

We profess this faith together as Christians: as Orthodox, Protestant and Catholic Christians. That does not separate us and that is the most important thing: that we know that we are deeply united in our Christian faith.

We can't earn our faith, we can't buy it, we can't use marketing strategies to get it into other people's heads. Faith is a great gift that Christians should witness to the world together. In the Gospel, the truth is linked to the statement ‘God is love’. Deus caritas est. We can never live the truth of faith without love and that is why friendship and togetherness are also part of ecumenism.

We can be inspired from what Delp wrote in prison shortly before his death with a view to the future direction of the churches. ‘If a church of the future, if Christians do not work on the wounds of the world, in diakonia, in turning to the poor and the weak, then it will not be the way into the future’.

We know that in the different Christian confessions the experience of the diaconate takes on different characteristics. But the size of the service unites them. Is the diaconate and can it become one of the most significant aspects in the future for promoting ecumenical dialogue between Christian communities? Can it be an instrument of meeting, collaboration, common testimony to realize the vocation to unity that Jesus, the Lord, has entrusted to us?

Thank you very much.

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Soy el diàcono Aurelio Ortìn. Les traigo un saludo sincero por parte de los diàconos de España, màs o menos 500.

Agradezco al Dicasterio para el Clero, en el ámbito del Año Jubilar de la Esperanza, la organización de este Encuentro Internacional, que sin duda ayudará a promover y consolidar el ministerio diaconal en la Iglesia.

Hace ya más de cuarenta y tres años que fui ordenado diácono en Barcelona y durante este tiempo he convivido y trabajado ministerialmente con distintos obispos y presbíteros. Doy gracias a Dios por este don.

La correcta relación entre los diáconos y los presbíteros es muy importante para un buen ejercicio del ministerio, tanto para los diáconos como para los presbíteros.

Aunque ya hace más de sesenta años desde la renovación del ministerio diaconal por el Concilio Vaticano II y cincuenta y seis de las primeras ordenaciones en Alemania según esta reforma, puede decirse que estamos todavía en los inicios de esta novedad de fraternidad ministerial.

Presbíteros y diáconos somos los colaboradores del obispo en el ejercicio del único ministerio apostólico, cada uno en las funciones de su propio grado. Y así como hemos de atender la misión o misiones que el obispo nos ha confiado a unos y a otros, a sus presbíteros y a sus diáconos, hemos de saber confraternizar cordialmente en el ejercicio cotidiano de nuestro ministerio.

Eso no es siempre fácil, porque la personalidad de cada uno es distinta y saber compatibilizarla a veces supone un serio esfuerzo. Unos y otros, presbíteros y diáconos, hemos de tener claro que estamos trabajando para el único Señor, el cual no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida por los hermanos. Esta mirada al Señor Jesús es fundamental para que diáconos y presbíteros sepamos superar nuestras naturales diferencias y sepamos poner todas nuestras capacidades al servicio de la única y triple misión de la Iglesia: el anuncio del Evangelio, la celebración de los misterios sacramentales y la acción servicial en los múltiples campos de la caridad, del amor fraterno.

Y hemos de pedir al Señor que nos dé paciencia para amarnos y respetarnos los unos a los otros. Ya nos recuerda San Pablo que el amor es paciente. Y esto vale tanto para el siglo primero como para el siglo veintiuno.

Me permito subrayar la importancia, en las diòcesis y en las diferentes regiones eclesiales, de favorecer un mayor conocimiento del ministerio diaconal por parte de los hermanos presbìteros, como de los mismos obispos. Al mismo tiempo, creo que serìa ùtil favorecer tiempos y espacios compartidos de formaciòn y de fraternizaciòn entre presbìteros y diàconos de una misma Iglesia local. En este sentido, me parece que hay mucho camino para hacer, concientes que la mejorìa de las relaciones entre los pastores siempre va a llevar beneficio para toda la comunidad cristiana.

Gracias por su escucha!