DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL DICASTERIO PARA EL CLERO

Sala Clementina Jueves, 6 de junio de 2024

06 junio 2024

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Quisiera saludarlos afectuosamente y, en primer lugar, dar las gracias a todos los miembros del Dicasterio para el Clero: han venido a Roma desde los cuatro rincones del mundo para ofrecer su importante contribución. Gracias por su presencia. Agradezco al cardenal prefecto – ¡esa alma coreana que tanto nos ayuda! – y doy las gracias al secretario, Mons. Andrés Gabriel Ferrada Moreira, quien lleva adelante todo el trabajo: gracias.

En esta ocasión, quisiera ante todo transmitir mi gratitud, mi afecto y mi cercanía a los sacerdotes y diáconos de todo el mundo. Muchas veces he advertido contra los riesgos del clericalismo y de la mundanidad espiritual, pero sé bien que la gran mayoría de los sacerdotes se esfuerzan con tanta generosidad y espíritu de fe por el bien del santo y fiel Pueblo de Dios, llevando la carga de tantas dificultades y enfrentando desafíos pastorales y espirituales que a veces no son fáciles.

Su Asamblea Plenaria se centra en particular en tres ámbitos de atención: la formación permanente de los sacerdotes, la promoción de las vocaciones y el diaconado permanente. Me gustaría detenerme brevemente en cada uno de estos temas.

La formación permanente. Este es un tema del que se ha hablado mucho sobre todo en los últimos años, y que ya fue recordado por la Ratio fundamentalis de 2016. El sacerdote también es un discípulo que sigue al Señor y, por lo tanto, su formación debe ser un camino permanente; Esto es aún más cierto si consideramos que hoy vivimos en un mundo marcado por cambios rápidos, en el que siempre surgen nuevas preguntas y nuevos desafíos complejos a los que debemos responder. Por lo tanto, no podemos engañarnos pensando que la formación en el seminario puede ser suficiente poniendo unas bases seguras de una vez por todas: no; más bien, estamos llamados a consolidar, fortalecer y desarrollar lo que tenemos en el Seminario, en un camino que nos ayude a madurar en la dimensión humana, que siempre está en movimiento; crecer espiritualmente, encontrar los lenguajes adecuados para la evangelización, profundizar en lo que necesitamos para abordar adecuadamente las nuevas problemáticas de nuestro tiempo.

Me gusta recordar aquí que la Escritura dice: «Vae soli - ¡ay del que está solo si cae: nadie lo levantará» (Ec 4,10). Qué importante es esto para el sacerdote: ¡el camino no se hace solo! Sin embargo, lamentablemente, muchos sacerdotes están demasiado solos, sin la gracia del acompañamiento, sin ese sentido de pertenencia que es como un salvavidas en el mar, a menudo tempestuoso, de la vida personal y pastoral. Tejer una sólida red de relaciones fraternas es una tarea prioritaria de la formación permanente: el obispo, los sacerdotes entre ellos, las comunidades en relación con sus pastores, los religiosos y religiosas, las asociaciones, los movimientos: es indispensable que los sacerdotes se sientan «en casa», en esta gran familia eclesial. Ustedes como, como Dicasterio, ya han comenzado a tejer una red mundial: los exhorto, hagan todo lo posible para que esta ola continúe y dé frutos en todo el mundo. Trabajen con creatividad para que esta red se fortalezca y ofrezca apoyo a los sacerdotes. ¡Ustedes juegan un papel clave por esto!

El cuidado de las vocaciones. Uno de los grandes desafíos para el Pueblo de Dios es el hecho de que, en cada vez más regiones del mundo, las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada disminuyen fuertemente y, en algunos países, casi están desapareciendo. Pienso por ejemplo al norte de Italia. Pero también está en crisis la vocación al matrimonio, con ese sentido de compromiso y misión que requiere. Por eso, en los últimos Mensajes para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, he querido ampliar la mirada al conjunto de las vocaciones cristianas y la he dirigido en particular a esa vocación fundamental que es el discipulado, como consecuencia del bautismo. No podemos resignarnos a que para tantos jóvenes haya desaparecido del horizonte la hipótesis de una oferta radical de vida. En cambio, debemos reflexionar juntos y permanecer atentos a los signos del Espíritu, y esta tarea, ustedes también, pueden llevarla adelante gracias a la Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales. Los invito a reactivar esta realidad, de manera adecuada a nuestros tiempos, tal vez trabajando en red con las Iglesias locales e identificando buenas prácticas para ponerlas en circulación. Y esta es una obra importante, ¡no lo olvidemos!

Finalmente, el diaconado permanente. Fue reintroducido por el Concilio Vaticano II y, en las últimas décadas, ha tenido una acogida muy variada. Sin embargo, aún hoy nos cuestionamos la identidad específica del diaconado permanente. Como saben, el Informe de Síntesis de la Primera Sesión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, del pasado mes de octubre, recomendó «evaluar la experiencia del ministerio diaconal después del Concilio Vaticano II» (Informe de Síntesis 11 g), y también invita a que, entre las diversas tareas de los diáconos, se preste una atención más decidida a la diaconía de la caridad y al servicio de los pobres (4 p y 11 a). Acompañar estas reflexiones y desarrollos es una tarea bastante importante de su Dicasterio. Los animo a trabajar por esto y a emplear todas las fuerzas necesarias. Y cuidado, porque muchas veces se piensa al diácono como a un presbiterado de segunda clase. Lo vemos cuando algunos de ellos están en el altar y parecen querer concelebrar. El servicio de los diáconos es a favor de los huérfanos, de las viudas, de las obras sociales, en Cáritas, en la administración de los sacramentos ayudando a los párrocos. Asegúrese de que los diáconos no se sientan sacerdotes de segunda clase. Ahora ismo sería un riesgo.

Muchas gracias por lo que han hecho y por lo que harán en estos días. Trabajen siempre para que el pueblo de Dios tenga pastores según el corazón de Cristo y crezca en la alegría del discipulado. La Ratio fundamentalis ya está hecha: no hace falta hacer otra. Sigamos con esta. Que la Virgen María, Madre y modelo de toda vocación los acompañe. Yo también los acompaño con mi oración. Y, por favor no se olviden rezar por mí. Gracias.