Novedades

San Juan de Ávila

San Giovanni d'Avila
San Juan de Ávila

En que se trata cuánto nos conviene oír a Dios; y del admirable lenguaje que nuestros Padres primeros tenían en el estado de la inocencia, a el cual perdido por el pecado, sucedieron muchos muy malos.

«Oye, Hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo, y la casa de tu padre, y codiciará el Rey tu hermosura.»

(Ps. 44, 11.)

Estas palabras, devota Esposa de Jesucristo, dice el Santo Profeta y Rey David—o por mejor decir, Dios en él—a la Iglesia cristiana católica, amonestándole lo que debe hacer para que el gran Rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta Iglesia—por la gran misericordia de Dios—parecióme declarároslas, Invocando primero el favor del Espíritu Santo, para que rija mi pluma y apareje vuestro corazón, para que ni yo hable mal, ni vos oigáis sin fruto; mas lo uno y lo otro sea a perpetua honra de Dios y a complacimiento y agrado de su santa voluntad.

Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oigamos; y no sin causa, porque como el principio de la vida espiritual sea la fe, y ésta entre en el ánima, como dice San Pablo (Rom., 10. 17), mediante el oír, razón es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer. Porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro. Ni nos basta que cuando fuimos bautizados nos metiese el sacerdote el dedo en los oídos, diciendo que fuesen abiertos (Ephpheta, que significa Abrete), si los tenemos cerrados a la palabra de Dios, cumpliéndose en nosotros lo que de los ídolos dice el Santo Rey y Profeta David (Ps., 113, 4): Ojos tienen y no ven; orejas tienen y no oyen.

Mas porque algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que matan a sus oyentes, es bien que veamos a quién tenemos de oír y a quién no. Para lo cual es de notar, que Adán y Eva, cuando fueron criados, un solo lenguaje hablaban, y aquél duró en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que quisieron edificar la torre de la confusión (Babel significa confusión), fue castigada con que, en lugar de un lenguaje con que todos se entendían, sucediese muchedumbre de lenguajes, con los cuales unos a otros no se entendiesen. En lo cual se nos da a entender que nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra Él que los crió, quebrantando con atrevida soberbia su mandamiento, un solo lenguaje espiritual hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia que tenía uno con otro, y cada uno consigo mismo y con Dios; viviendo en el quieto estado de la inocencia, obedeciendo la parte sensitiva, á la racional, y la racional a Dios; y así estaban en paz con Él, y se entendían muy bien a sí mismos, y tenían paz uno con otro. Mas como se levantaron con desobediencia atrevida contra el Señor de los cielos, fueron castigados—y nosotros con ellos—en que en lugar de un lenguaje, y bueno, y con que bien se entendían, sucedan otros muy malos e innumerables, llenos de tal confusión y tinieblas que ni convengan unos hombres con otros, ni uno consigo mismo, y menos con Dios.

Y aunque estos lenguajes no tengan orden en sí, pues son el mismo desorden, mas; para hablar de ellos, reduzcámoslos, al orden y número de tres, que son: lenguaje de mundo, carne y diablo; cuyos oficios, como San Bernardo dice, son: del primero, hablar cosas varias; del segundo, cosas regaladas; del tercero, cosas malas y amargas.