Ante todo, agradezco a S.E. Mons. Rafael Zornoza Boy, Obispo de Cádiz y Ceuta y Presidente de la Comisión Episcopal para el Clero, a S.E. Mons. Bernardo Álvarez Alfonso, Obispo de Tenerife, a S.E. Mons. Francisco Cerro Chávez, Obispo de Coria-Cáceres, a S.E. Mons. Gerardo Melgar Viciosa, Obispo de Ciudad Real y a S.E. Mons. Santos Montoya Torres, Obispo Auxiliar de Madrid, la amable invitación a acompañaros en esta apertura a las Jornadas Nacionales, con vosotros, queridos Delegados y Vicarios Episcopales para el clero, de las diferentes diócesis de España. El Cardenal Stella, Prefecto de la Congregación para el Clero, S.E. Mons. Joël Mercier, Secretario de la misma, y los sacerdotes que allí colaboran os envían un fraterno saludo y nos acompañan con su oración para que estas Jornadas sean una bendición para el clero y para la Iglesia en esta bendita tierra.
Cuando el Papa Francisco visitó nuestro Dicasterio, el 22 de mayo de 2015, nos recordó una de las directrices del Concilio Vaticano II, acerca de la renovación de la Iglesia (cfr. LG 8), afirmando que para reformar la Iglesia se debe comenzar por la renovación de los sacerdotes. Si queremos renovar la Iglesia española, tenemos que comenzar, entonces, por renovar el corazón de los sacerdotes. Ustedes, como Delegados y Vicarios Episcopales para el clero, han recibido una hermosa misión: acompañar a sus hermanos sacerdotes, para que todos juntos, renovemos la Iglesia y la sociedad, comenzando por el corazón de cada uno de nosotros.
Mi deseo para ustedes, que diariamente se desgastan por sus hermanos sacerdotes, es que aprovechen estos dos días, recobrando nuevas fuerzas, enriqueciéndose a través del diálogo, la escucha, la comunión y la fraternidad favorecidas en los diferentes momentos de estas jornadas, de modo que al finalizar el encuentro regresen a sus diócesis animados, por el Espíritu de Dios, a seguir sirviendo generosamente en esta tarea que Dios, a través de la Iglesia, les ha encomendado.
Podría sintetizar en dos palabras el servicio que la Congregación para el Clero en este momento está ofreciendo a la Iglesia. Las dos palabras son: formación sacerdotal. Dicha formación que no consiste solo en los 7 o 10 años de Seminario, sino que se trata de un proceso que ha comenzado antes de éste y que luego continúa para siempre. Ese “antes” es la formación recibida en el hogar, la parroquia, la pastoral vocacional, el Seminario menor; y la continuación es la formación permanente de la cual ustedes generosamente se ocupan en cada una de sus diócesis. Por eso a la fase formativa que se vive en el Seminario, se le llama “inicial”. Así se entiende que en el momento de la ordenación sacerdotal apenas ha terminado el inicio.
“La formación de la que hablamos es una experiencia de discipulado permanente, que acerca a Cristo y permite identificarse cada vez más a Él. Por ello la formación no tiene un final, porque los sacerdotes nunca dejan de ser discípulos de Jesús, de seguirlo. Así, pues, la formación en cuanto discipulado acompaña toda la vida del ministro ordenado y se refiere integralmente a su persona y a su ministerio. La formación inicial y la permanente son dos momentos de una sola realidad: el camino del discípulo presbítero, enamorado de su Señor y constantemente en su seguimiento” (Papa Francisco, Carta a los participantes en la Asamblea General Extraordinaria de la Conferencia Episcopal Italiana, 8 de noviembre de 2014).
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