1. Introducción
En primer lugar, agradezco de corazón a S.E.R., Mons. Salvatore Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, su amable invitación a participar en el Encuentro de los Misioneros de la Misericordia en esta tarde, confiándole a un servidor la catequesis sobre el tema “Pecado y misericordia en la vida sacerdotal” y, luego, la presidencia de la celebración eucarística en la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Extiendo mi gratitud a todos los colaboradores del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización por su dedicación y preparación de este encuentro; como asimismo a todos vosotros, Misioneros de la Misericordia, aquí presentes, por la labor que desarrolláis en la hermosa tarea de comunicar el Evangelio de la Misericordia, especialmente en la atención de las confesiones en vuestras comunidades eclesiales.
Os propongo que en esta catequesis, bajo el título “Pecado y misericordia en la vida sacerdotal”, nos dejemos guiar por la contemplación de la llamada del apóstol Mateo, uno de los Doce, cuyo ministerio apostólico sigue vivo en medio del pueblo cristiano a través de nuestro servicio sacerdotal.
2. El texto y contexto del relato de la vocación de Mateo
Leamos el texto en Mt 9,9-13:
Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: “¿Por qué vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,9-13; cf. Mc 2,13-18; Lc 5,27-32).
Permitidme una palabra sobre el contexto del pasaje. El evangelista nos lo trasmite después de la curación del paralítico en Cafarnaúm (Mt 9,1-8; cf. Mc 2,1-12). En esta narración, contemplando Jesús la fe de los hombres que llevaban a aquel paralítico sobre su camilla para presentárselo, lleno de compasión, le dijo al enfermo: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mt 9,2). Estas palabras despertaron la oposición de los escribas allí presentes. Es más, ellos juzgaron en su interior a Jesús como blasfemo. En realidad, estaban cerrados a reconocer la divinidad en el Maestro galileo. El Señor no dejó esperar su reacción, realizando la curación del paralítico, precisamente para mostrar quién era y cuál era su poder: “Para que vosotros sepáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mt 9,6).
Este contexto pone de manifiesto el horizonte del pecado y de la misericordia en el ministerio salvador de Jesús. Él pasa entre los hombres haciendo el bien, promoviendo la salvación integral de sus hermanos y hermanas, sin reduccionismos ni espiritualistas ni de mero progreso terreno: perdona los pecados y restablece la salud del paralítico.
Se trata de un contexto que abarca también nuestra vida y ministerio en cuanto participamos y prolongamos el ministerio salvador de Jesús. En efecto, el Señor asoció a su misión a sus apóstoles y a otros discípulos durante su vida terrena (Mt 10,5-14; Mc 6,7-11; Lc 9,1-5; 10,1-11) y, luego, resucitado, los envió a extender su salvación hasta los confines del mundo, abarcando todos los tiempos hasta que Él vuelva en gloria a consumar su obra (cf. Mt 28,16-20; Mc 16,15-16; Jn 20,21-23). A través de los siglos, el ministerio salvador del Señor ha sido participado y se ha prolongado en el ministerio de los Obispos, sucesores de los apóstoles, y en la colaboración ministerial que ellos reciben de los presbíteros y diáconos.
3. Asombro ante nuestra vocación sacerdotal
Volvamos sobre el pasaje de la vocación de Mateo. Ciertamente, el llamado de este apóstol pone al alcance de nuestros pensamientos y sentimientos el tema de esta catequesis: “el pecado y la misericordia en la vida sacerdotal”.
Ante todo, debemos subrayar la misericordia, pues el llamado de todo apóstol no se explica sino en razón de la compasión del Señor por su pueblo. En efecto, nos señala el Evangelio que Jesús sintió compasión “al ver a la multitud... porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). E inmediatamente dijo a sus discípulos: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Mt 9,37).
En el caso de Mateo, esta realidad es más que evidente. Su llamada no se debió a unos méritos alcanzados por su esfuerzo moral o ascético; muy por el contrario, el Señor lo llamó estando en una clara situación pecaminosa ante los ojos de los que intentaban vivir la Ley en aquella época. Mateo era cobrador de impuestos y colaboracionista con los opresores del pueblo elegido.
Aunque el relato evangélico sea sucinto y parco en detalles, podemos imaginar la sorpresa que la llamada de Jesús causó en aquel publicano, toda vez que no le exigió condiciones, ni le impuso plazos. Simplemente lo llamó a su seguimiento. Tal vez, alguno de vosotros haya tenido oportunidad de contemplar esta misma escena en la pintura de Caravaggio en la Iglesia de San Luis de los Franceses en las inmediaciones de la Plaza Navona –vale la pena detenerse un momento en esa iglesia para admirar la recreación de la escena evangélica—. El pintor enfatiza la gran admiración –el asombro— de Mateo ante la invitación del Señor: “Sígueme”.
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