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La Dirección Espiritual como acompañamiento integral en la Formación Inicial y Permanente de los Sacerdotes: S.E. Patrón Wong

Ecc Patron Wong
S.E. Patrón Wong

Agradezco la oportunidad que me ofrecen desde la Conferencia Episcopal Española, para compartir este diálogo con ustedes, directores espirituales de los seminarios de España.

Desde mi experiencia pastoral como rector del Seminario en la Arquidiócesis de Yucatán (México), en la que he podido constatar tantas veces la importancia de un buen director espiritual, y teniendo como referencia la Ratio Fundamentalis, quisiera compartir, en primer lugar, algunas reflexiones generales acerca del acompañamiento espiritual, y a continuación ofrecer algunas pautas más prácticas tanto en la formación inicial como en la formación permanente de los sacerdotes.

1. EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

Comienzo exponiendo algunas consideraciones generales: ¿necesitamos ser acompañados?, ¿cuándo necesitamos ser acompañados?, ¿en qué aspectos?, ¿cuál debe ser nuestro estilo de acompañamiento o de dirección espiritual?

1.1 Necesitamos ser acompañados

Permitidme que empiece por lo más obvio: el sacerdote, en su formación inicial y permanente, necesita ser acompañado. Lo exige nuestra naturaleza humana y lo exige, además, nuestra condición de discípulos y el principio de la encarnación.

Somos humanos y, por tanto, limitados, limitados para analizar el mundo en el que vivimos y reconocer nuestra realidad con objetividad, para gestionar nuestra debilidad y trabajar nuestros talentos.

Somos humanos y por tanto libres, libres para elegir el bien o el mal, libres para construir con nuestras decisiones lo que seremos mañana. Lo queramos o no, somos escultores de nuestra propia personalidad y, en menor medida, del mundo que nos rodea. Cada gesto, cada palabra, cada actitud puede embellecer o estropear nuestra vida y la de quienes están a nuestro lado. Por tanto, es necesario pensar y discernir bien nuestras decisiones.

Somos humanos y, por tanto, llamados a superarnos, a buscar un sentido a la existencia y a disfrutar una vida plena. Este deseo, que todo ser humano siente y que nos distingue de los animales, no es un “error de fábrica”, sino un dinamismo natural que Dios ha puesto en nuestro corazón, para que podamos encontrar en Él la realización más generosa de nuestras más hondas aspiraciones. Como afirmó San Agustín: Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (San Agustín, Confessiones, 1,1,1).

Este deseo de la persona humana se conecta con la llamada de Jesucristo al discipulado. Frente a tantas puertas anchas y tantos caminos fáciles, él nos invita a seguirle por la puerta estrecha y por la senda exigente del Evangelio. Jesús no sólo nos llama a vivir como, nos llama a vivir con él, a dejarnos acompañar por él.

Dios ha querido hacerse humano, ha querido encarnarse, ha querido utilizar mediaciones humanas, para que podamos sentir su cercanía, su fuerza, su compañía.

Por estas y por otras razones, podemos afirmar la necesidad de un maestro, de un guía, que remedie en parte nuestras limitaciones, nos oriente en nuestras búsquedas, nos ayude a discernir y cumplir las llamadas de Dios y, en definitiva, sea sacramento de Cristo, maestro y guía. Necesitamos, en definitiva, ser corregidos y animados. A veces será necesario emplear más la mano izquierda del ánimo y en otros momentos, resulta más oportuna la mano derecha de la corrección.

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