Me alegra poder compartir con uds, queridos jóvenes seminaristas, la alegría de la vocación y de la misión. Ser pastores define no solamente una responsabilidad confiada, sino que también revela una identidad, lo que somos y están llamados a ser.
Antes de pensar en lo que significa ser pastor del pueblo de Dios, de comunidades, quiero destacar que esta misión tiene su fundamento en la conciencia de un llamado a vivir una amistad con Aquel que nos invitó para que estuviéramos con él y para enviarnos a predicar (Cf. Mc 3, 13-14). Toda reflexión sobre el ser pastoral descansa en esto, en la certeza de ser amados e invitados a amar como ama el Buen Pastor. Por eso el primer movimiento del corazón de un pastor es amar. San Agustín tiene una expresión que sintetiza esto con sencillez y profundidad: “que sea oficio de amor apacentar el rebaño del Señor” (Tratado 123, sobre el evangelio de Juan). Estamos llamados a amar lo que el Señor ama, sabiendo que entregó su vida por todos, que su sanación, su perdón, su misericordia, su amistad, su amor es para todos, no para algunos, sino para todos. Participamos de su mirada que no es la de un juez sino la de Aquel que mira la multitud con compasión (Mt 9,36). No puede ser redimido aquello que no se ama.
Sus vidas expresan desde la juventud que tienen, esperanza, fuerza, ilusión, promesa. Son los años los que nos permiten ir descubriendo la densidad y la importancia del presente para ser vivido con fidelidad. Uds. están recorriendo un camino de formación que no acaba nunca, que es para siempre, “es permanente”. Es tiempo para dejar que la gracia y sus mediaciones vayan moldeando sus corazones. Tiempo para hacer más conscientes los dones que cada uno tiene, tiempo para sanar la propia historia, para reconciliar, recorriendo así un camino de conversión que se acaba con el último aliento de vida. No se puede ser pastor sin una humanidad transformada desde ese diálogo maravilloso entre Dios y el hombre, entre la Gracia y la libertad. Ser pastor no es un rol que se desempeña a la manera de un funcionario de lo religioso, refugiándose detrás de un hábito. Se es pastor siendo testigo de la misericordia celebrada en la propia vida, de la humanidad transformada. La Ratio Fundamentalis recientemente publicada, destaca la importancia del criterio de la integralidad de todas las dimensiones de la persona en el proceso formativo, lo humano-comunitario, lo espiritual, lo intelectual y lo pastoral. Se es pastor recorriendo el camino de la unificación del propio corazón. Insisto queridos jóvenes, vivan este tiempo como una oportunidad para vivir la maravillosa aventura de ser ustedes mismos, siendo fieles a lo que el Señor quiere hacer en cada uno de ustedes. Es imprescindible confiar para crecer en este proceso, confiar en Dios y en sus mediaciones. No pueden pensar en entregar sus vidas en la ordenación sacerdotal si hoy no entregan su humanidad en la verdad. Lo que hoy es amordazado, tengan la plena seguridad que grita en algún momento de la vida. Dialoguen con el Señor, con sus formadores, confíen.
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