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El Señor lo ha jurado y no se arrepiente

celso morga

El sábado 10 de mayo, vigilia del domingo del Buen Pastor, tradicionalmente dedicado a las vocaciones y a las ordenaciones sacerdotales, tuve la ocasión de asistir a la ordenación de treinta nuevos sacerdotes de la Prelatura del Opus Dei en la basílica de San Eugenio, en Roma. Fue una liturgia muy bien cuidada que ayudaba, a través de los diversos ritos, a entrar en comunión con el Dios Trino de nuestra fe.

Me emocionaron diversos aspectos de la ceremonia porque la Iglesia, en la ordenación de presbíteros, viste sus mejores galas. Entre otros aspectos, me impresionó el canto del salmo 110 previsto en la celebración: “Lo he jurado y no me arrepiento: tu eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec...” (v. 4).

La Iglesia pone en nuestros labios todos los domingos, en las segundas vísperas, este salmo. Por mi trabajo en la Congregación para el Clero estoy en contacto habitual con muchos sacerdotes de todo el mundo, y experimento muchos registros y tonos de vidas sacerdotales entregadas a una misión que les supera infinitamente. Desde sacerdotes que manifiestan habitualmente la alegría plena de la que habla el Señor en el Evangelio (Jn 17, 13), hasta sacerdotes que, por motivos diversos, se encuentran en grave dificultad.

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