La exhortación apostólica Evangelii Gaudium (“La alegría del Evangelio”) del Papa Francisco, ha llegado en un momento providencial. Quizá nunca como hoy, la Iglesia ha tenido tantas oportunidades para anunciar el Evangelio a todas las periferias, a todos los pueblos y a todas las culturas. La exhortación es una llamada apremiante para convertirnos en una Iglesia verdaderamente misionera.
Pero constatamos, al mismo tiempo, que lo nuevos retos que presenta la sociedad actual pueden producir en los evangelizadores un desaliento estéril. La Exhortación “La alegría del Evangelio” invita repetidamente al “entusiasmo misionero” y a “no dejarse robar la esperanza” (cfr. EG nn.76-109).
Para transformar estos nuevos retos en nuevas posibilidades de evangelizar, que sean fuente de audacia y esperanza, el Papa Francisco llama a una “transformación misionera de la Iglesia” (cap.I), afrontando los retos por medio de un “compromiso comunitario” (cap.II), que se concrete en “el anuncio del Evangelio” (cap.III), teniendo en cuenta la “dimensión social de la evangelización” (cap.IV). Pero la clave de este proceso de transformación está en conseguir “evangelizadores con espíritu” (cap.V).[1]